La irrupción del coronavirus aceleró como nunca la investigación científica para encontrar una cura. Así, la vacuna para combatir esta enfermedad llegó a su Fase 3 en tan sólo 8 meses. ¿Cómo fue posible lograrlo en este tiempo récord y no en 10 años como sucede con otras vacunas? Se lo debemos a la tecnología.
Y es que, desde el inicio de la pandemia, la tecnología ha desempeñado un papel fundamental para la pronta detección, prevención y cura del COVID-19. En el blog ya hemos hablado del papel de la inteligencia artificial en la lucha contra el coronavirus, y mencionamos cómo fue capaz de detectar el origen del brote mucho antes de que la OMS emitiera su primer comunicado.
Para abril de 2020 el cómputo cognitivo hizo posible analizar una gran cantidad de registros médicos, a partir de los cuales fue posible detectar que la pérdida de los sentidos del olfato y del gusto eran de los primeros síntomas de la infección. Del mismo modo, diversos científicos han utilizado esta tecnología para analizar bancos de datos con radiografías torácicas y descubrir cómo el virus afecta los pulmones.
Para la creación de la vacuna, algunos sectores se han mostrado escépticos sobre su rápido desarrollo, ya que por lo general este tipo de medicamentos tarda aproximadamente 10 años en estar disponible para la población.
Norbert Pardi, inmunólogo y profesor de la Universidad de Pensilvania, explicó que la tecnología y el apoyo que brindaron las instituciones públicas y privadas a la investigación científica fue lo que hizo la diferencia esta vez.
El catedrático aclaró que la creación de una vacuna en realidad no es tan tardada, sino lo que suele ocupar la mayor parte del tiempo son las pruebas, para la creación de la vacuna contra el COVID19 hubo decenas de ensayos clínicos y pruebas con más de 43 mil participantes en las Fases II y III de su desarrollo. Así, de acuerdo con los laboratorios que estuvieron a cargo de su desarrollo (Pfizer-BioNtech y Moderna), los resultados preliminares mostraron una eficacia superior al 95 %.
Además, para la creación de la vacuna contra el COVID-19 esta vez se utilizó otro método: el ARN mensajero. La mayoría de las vacunas se hacen con un virus debilitado o un fragmento del mismo para que nuestro sistema inmune por sí mismo produzca anticuerpos, pero el ARN negativo es una molécula que sólo contiene una copia del código genético del virus y, cuando se inyecta, nuestro organismo lo identifica y genera los anticuerpos necesarios para combatirlo sin que el virus entre al cuerpo.
Para finalizar, cabe mencionar que el método ARN mensajero no surgió a raíz de la pandemia (de hecho, su desarrollo inició en la década de los 90), pero gracias a las herramientas tecnológicas como la inteligencia artificial, el cómputo cognitivo, el Big Data y otros avances, hoy en día se ha vuelto más seguro y eficiente.
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